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Planchart Licea, E. (1998). La Estética del Acero. C.V.G. Siderúrgica del Orinoco. Caracas














Ingrid Lozano,  Sacralización.
Eduardo Planchart Licea

El acero laminado mutado en abertura, portal, umbral, a otras realidades, trastocando su naturaleza, dándole una vitalidad y un arcaísmo que recuerdan Stonehenge, Machu Pucchu, Palenque… formas irrecuperables en su esencia, cuyos mensajes se mantendrán  ocultos para siempre, de los cuales solo nos quedan las mudas huellas de las rocas. El metal adquiere a través del lenguaje plástico de Ingrid Lozano las resonancias arqueológicas de los antiguos espacios sagrados, que se nos presentan para dar nacimiento a un diálogo perdido con la realidad simbólica. Por esta razón, el acero hace referencia a algo que lo trasciende, y provoca que el material pierda su carácter rudo y agresivo para luego mitificar. Acero al encuentro de la dimensión perdida del mito, al encuentro del centro, del equilibrio del ser, de la lucha por la totalidad, de la recuperación de lo simbólico.
En la propuesta escultórica de Ingrid Lozano estamos ante un constructivismo que asume lo modular, la constante tensión entre la parte y el todo, logrado a través del seccionamiento de las esculturas. Las estructuras modulares van creando su propia verdad, pues cada una de ellas es su propio centro y establecen una independencia formal con la realidad. El reto de sacralizar el acero es asumido dentro de una concepción de belleza casi minimalista, pues la artista indaga en la esencia de la forma. La estructura de la lámina de acero es aprovechada al máximo en sus superficies planas debido a la fragmentación modular, donde la obra se abre para dar transparencia y ligereza. Estas secciones crean una profundidad interna que permite el ordenamiento de las partes, dando nacimiento a una nueva escultura que renace de una matriz formal y simbólica. El paso de la luz y sus sombras enriquece visualmente la propuesta debido a ese carácter de pasadizo. El trabajo sobre la superficie de las esculturas es de gran importancia, pues la artista a través de la mordedura del ácido y el lijado va más allá de una simple oxidación, pues mineraliza el acero creando una sensación de falsa antigüedad, solidez rocosa asociada a arcaicos templos. Así el acero plantea un retorno a su origen mineral.
En este lenguaje escultórico es de gran importancia el vacío, debido al carácter modular de las piezas que lo transforma en un elemento activo. Pero estamos ante una doble vaciedad una externa y una interna, pues cada pieza está integrada por delgadas láminas de acero que encierran la nada, succionando el espacio que la rodea. Las esculturas realizadas en Sidor se mantienen fieles a su lenguaje plástico. Con el cambio de escena las obras se redimensionan y sus rasgos se acentúan. No estamos ante obras de pequeñas dimensiones con rasgos monumentales, sino ante piezas que la asumen. Al crear obras de varios metros de altura, e acero adopta la connotación de muro, demarcación de un campo aparte que acentúa la ruptura con el entorno, pero también refuerza la verticalidad, al obligar al público a dirigir  su atención al arriba, al cosmos que palpita y vive a pesar de nuestra ignorancia.. Por tanto hay un  anhelo de religamento con el universo. Lo laberíntico deja de ser un mero efecto visual convirtiéndose en una realidad espacial que genera pasadizos y obliga al espectador a inquietarse, a moverse entre ellos, pues su verticalidad  y falsa solidez los convierte en módulos amenazantes, percibiéndose tensiones como si pudieran cerrarse. Este carácter modular crea tensiones que trascienden lo visual, se transforma en tensiones existenciales a través  de la incorporación del espectador a la obra, con lo cual adquiere dinamismo.
Las estructuras modulares se convierten en rupturas con el espacio citadino y natural, enfrentándonos a un espacio que anhela lo iniciático. Pues estas formas tienen un sentido de mandala. De ahí el ritmo circular de los módulos que se convierten en imagen de una psiquis desconocida. El acero por tanto se espiritualiza, se enriquece, alejándose de sus connotaciones apocalípticas para asumir un reencuentro con el ser.
Las superficies de estas esculturas están llenas de tensiones, de fuerzas reales que dan expresividad a cada pieza, debido al juego con la concavidad y la convexidad que permitte la superficie del acero laminado de poco espesor. Las obras nacen del plano, no buscan alejase de él sino crear un ritmo  que las acerque a lo monolítico y los antiguos templos. Esta simplicidad de las formas les da un carácter lúdico. La escala permite a su vez una mayor socialización de la escultura, pues es percibida por varias personas a la vez. Para encontrar su totalidad es necesario el movimiento y la penetración de las piezas. El americanismo que se percibe en el lenguaje plástico de Ingrid Lozano se ha ido abriendo cada vez más, y en la actualidad más que basarse en determinadas formas, se concentra en una búsqueda de los espacios sacros, que la han llevado a la universalidad. Este es uno de los logros de esta propuesta, pues el acero asume una gran diversidad de connotaciones visuales y simbólicas que van de lo lúdico a lo sacro, del fragmento a la totalidad, de lo particular a lo universal.